La entrada del ganado en los terrenos de monte se vio acompañada por el hacha y la azada,
primero por la costumbre de aprovechar las raíces de las helecheras
para consumo humano y luego para sembrar papas en los claros desmontados.
Intervino también en esta roturación un intenso carboneo, justificado
por la pobreza del vecindario, mientras que la terratenencia se mostraba
sensible la la conservación del medio natural, pero sólo
de aquél que no podía privatizar.
En todo caso, la única alternativa posible a la miseria rural fue la adopción de un modelo agrario expansivo y roturador, pues la población del nuevo municipio experimentó un fuerte crecimiento de sus efectivos durante este periodo (de 1043 habitantes en 1800 hasta los 1805 en 1834), explicable no solo por su propio saldo vegetativo, sino también por un aporte inmigratorio de los pueblos comarcanos y por las limitaciones a la emigración como consecuencia de la emancipación colonial.
Este modelo agrario expansivo alcanzó su limite en la década de 1830, cuando al carácter regresivo que presenta a medio plazo todo modelo de esta naturaleza, se le agregaron otras circunstancias desfavorables. En síntesis, la inexistencia de un mercado interior para los granos por la ruina definitiva de a viticultura, es decir, de la especialización agraria que había constituido el fundamento de la economía del pasado, las crisis agrarias y las catástrofes naturales (aluvión en 1847, con más de cien), y, por último, una mayor presión fiscal, originada por los cambios en la hacienda estatal y por los recargos para atender la implantación de los Puertos Francos y los gastos de Diputación Provincial de Canarias y municipales. Una presión fiscal que agravó las críticas circunstancias de una estructura social en la que el grupo de jornaleros (65,6%), de arrendatarios y medianeros(13%), representaban en 78,6% de las clases agrarias. Se solicitó incluso el pago de las contribuciones mediante días de trabajo en las obras públicas, al carecerse de numeración para afrontar las exigencias del fisco. Todo ello originó, por último, la apertura del ciclo migratorio contemporáneo, ahora en dirección sobre todo a las tierras de frontera de Cuba, donde el breñusco creó nuevas vegas para la siembra de tabaco. Una emigración que fue, incluso, superior al propio saldo vegetativo anual, pues entre 1835 y 1837 la población de Breña Alta se redujo de 1805 habitantes a 1773.
El establecimiento de los Puertos Francos facilitó las importaciones
de granos del exterior, de modo que los de Breña Alta perdieron
su antaño destacado papel en la cobertura de la demanda de la
capital insular. El desarrollo de las nopaleras o tuneras para la cría
de la grana o cochinilla (Coccus cacti), un insecto
cuyo tinte carmesí solicitaba la manufactura europea, no alcanzó
un significativo lugar en el espacio agrario de la localidad (excepto
la producción de madres para su venta en las zonas cálidas
de costas, más aptas para este nuevo renglón exportador).
De ahí que el excedente de fuerza de trabajo de las unidades familiares debió buscar empleo en las zonas productoras de grana, o hacerlo en Cuba, opción ésta que trató de impedir la terratenencia con objeto de evitar que esta salida redujera la oferta de activos e incrementase su salario en un momento en que crecía la demanda de mano de obra por la expansión del nuevo producto exportador.
Una vez más, no se trató de emigración sino de
migración. Porque los indianos enviaron remesas a las familias
que quedaban en este lado e introdujeron en las medianías
de Breña Alta el cultivo del tabaco, adquiriendo incluso
pequeños lotes a la terratenencia cuando se produjo la
crisis de la grana, como consecuencia de la generalización
de las anilinas artificiales. El tabaco de la Breña se
desplazó a la Exposición Universal de París,
en 1867, y de 1878,y hacia 1880 se afirmaba que la variedad Breña
competía con lo mejor de las vegas de Cuba.
Nació así un cultivo y una industria artesana ligada a la fabricación de puros, que mantiene su tradición hasta la actualidad. Otras artesanías de importancia fueron los calados y bordados, que daban empleo a la fuerza de trabajo familiar y cuya producción se destinaba al mercado exterior.
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